Al tiempo en que vencían los plazos de los débitos fiscales y las letras de cambio fluían por los Bancos, se hacinaban las listas de impagados y emergían los cargos de intereses, llegó la primavera. Con su estreno de polícromas galas, sus jardines de flores trasplantadas y el arrobo de las fuerzas sociales. Allí estaba feliz y estrafalaria, enarbolando su tocado de flores, primavera. Creadora de pájaros y plantas, portadora de brisas hidratantes, tejedora impertérrita de sueños, convertida en reserva y semillero -los últimos que tiene- para la fe del hombre y sus delirios de frívolo entusiasmo. Reciclada también como terapia de gentes y asociada del comercio. Representa la aportación humana a la epopeya vernal. Son de su cuenta el aparato de las flores de barro, su escenario de viejas soledades coloreadas. Y aunque nadie se imagina qué pintan en sus planes la reina de los prados y el jilguero, ni que savia fantástica desata su fiel alumbramiento, todos somos creyentes recriados con fe de primavera. Y no tenemos, en el entorno gris de nuestro mundo para ser paradigma de la vida, más pasión creadora ni otro amor que provenga de la mano divina que los suyos.